Moverse en Canarias, y en Tenerife en particular, fue durante siglos un reto físico y logístico por su relieve abrupto, con barrancos, pendientes y una red de caminos reales que unían pueblos “de mar a cumbre” a pie o a lomos de animales.

Las vías rodadas modernas llegaron por tramos y con dificultad, de modo que los trayectos entre puerto y medianías exigían tiempo, esfuerzo y (a menudo) trasbordos humanos y animales.

En ese contexto, cualquier servicio programado y colectivo se percibía como una pequeña revolución cotidiana. Al hilo de la modernización que, en la Europa del XIX, trajeron los ómnibus (un tipo de carruaje) y, después, los tranvías , Tenerife dio su propio salto con un servicio a la medida del terreno insular.

El “coche de hora”

El primer servicio reg

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