A los 60 minutos de aquel partido en el que Colombia se jugaba la clasificación al Mundial, el técnico movió la banca. Entró Juan Fernando Quintero y salió James Rodríguez. En menos de diez minutos, el zurdo de Medellín cambió la historia: primero, un pase de seda para el segundo gol; después, un zurdazo bien puesto que selló la victoria frente a Bolivia. El estadio se rindió a sus pies. Lo aplaudieron como a los cracks de antes, como a los que llevan en los botines la magia que no se entrena.
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Ese mismo día, mientras los noticieros repetían su jugada una y otra vez, en su memoria tal vez volvía la misma pregunta que lo acompaña desde que era un niño: ¿dónde está su papá? Una pregunta sin respuesta.
La historia de