En los tiempos del “ayer”, cuando los mayores eran llamados con respeto los señores del tiempo viejo, corría de boca en boca una historia inquietante en el corazón de Arjona, Bolívar, ese pueblo cálido y lleno de secretos como tantos otros de la costa Atlántica.

Decían que en esas tierras de palma, canto de grillos y noches de luna ardiente, vivían dos hermanos. El menor de ellos, impulsivo y romántico, se había enamorado de la hija de una mujer a la que todos en el pueblo señalaban en voz baja: “bruja”, murmuraban con miedo y asombro. La madre de la joven, al enterarse del romance, se opuso rotundamente. Nadie sabía si por celos, por orgullo o por algo más oscuro.

Los hermanos trabajaban la finca del abuelo —a quien todos llamaban con cariño Papá-Abuelo—, un hombre sabio y conocedor de

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