Durante un tiempo, pasear al perro parecía peligroso.

Earl Vickers estaba acostumbrado a pasear con Molly, su mezcla de pastor, bóxer y algo más, por la playa o por su barrio de Seaside, California. Sin embargo, hace unos años empezó a tener problemas para mantenerse erguido.

“Si otro perro venía hacia nosotros, siempre acababa en el suelo”, recuerda Vickers, de 69 años, ingeniero eléctrico jubilado. “Parecía que me caía cada dos por tres. Era una locura”.

La mayoría de esas caídas no le causaron daños graves, aunque una vez cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra una pared que tenía detrás. “No creo que sufriera una conmoción cerebral, pero no es algo que quiera hacer todos los días”, dijo Vickers, con pesar. En otra ocasión, al intentar amortiguar una caída, se rompió dos huesos

See Full Page