En distintas mesas de una de las aulas, chicas y chicos trabajaban en grupo. Recortaban diarios y revistas y con las letras armaban distintas estrofas de algún poema. O ponían en palabras algún sentimiento que les atravesaba el cuerpo y la mente en ese momento. En otra aula se podía conocer la revista especialmente editada y entrar, a través de un código QR, a toda la obra que dejó como legado y que hoy es, de manera cada vez más notable, sello de identidad de toda una ciudad. Y de un colegio en especial, que le rinde homenaje ya desde su nombre y a través de jornadas especiales, como la que se hizo días atrás para celebrar a Olga Orozco y su exquisita obra poética y literaria.
“Tenía un ritual muy particular para escribir porque solía hacerlo con una piedra en cada mano. Una de la tierra