Fernando Sánchez Prada
Hubo un tiempo —y no hace tanto— en que el paseo de domingo en Pereira era ir al aeropuerto. Las familias cogían para Matecaña como quien va a un parque: los niños a los columpios, los abuelos a tomar tinto, los papás a sentarse en las terrazas a ver aterrizar aviones, mientras se saboreaba una crema, una paleta de helado de agua o una oblea. Era toda una experiencia urbana, una forma de viajar sin salir de la ciudad. El aeropuerto no era solo un sitio de tránsito: era un símbolo de modernidad, orgullo local y punto de encuentro los domingos. Quién no comió la mazorca asada del camino al zoológico desde el aeroparque!
Hoy, en pleno debate sobre el futuro del transporte aéreo en el Eje Cafetero, vale la pena recordar esa conexión emocional que Pereira ha tenido siem