La vanidad no era su fuerte. Era de bajo perfil como el peón del ajedrez en uno torre, y eficiente como la dama en cualquier parte.

Madrugó a perder su primera partida. Su madre, en un insólito gambito de dama, los abandonó a él y a su hermana Estela. Felizmente, Raquel Restrepo, su tia-madrastra, y su esposo, José Jaramillo, los adoptaron y arroparon.

No estaba hecho para las zozobras del amor y demás minucias de la cotidianidad. “Desvivía”, en la jerga existencialista. Coqueteó con una alumna. Sacrificó su reina para echarse en brazos de Caissa, diosa del ajedrez, a la que le ponía los cuernos con las damas de su descomunal colección de ajedreces. Su amigo y paisano Jaime Arcila Mejía, su Amazon de carne y hueso, le conseguía toda clase de cachivaches ajedrecísticos.

Como su paisano A

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