No hace muchos años, México era un país en el que la libertad de expresión no era más que una bonita intención plasmada en el 6º artículo constitucional. Gracias al sacrificio y la esperanza de muchos, con el tiempo se logró alcanzar en el país un cierto nivel de libertad de expresión; mismo que se sostiene sobre una delgada capa de hielo, que se adelgaza en la medida en que retorna la vieja amenaza del totalitarismo al mundo occidental.
La censura no es una tentación exclusiva de ninguna ideología o color, sino una tentación propia del poder mismo. Y por eso, no importa quién se encuentre sentado en la silla, el aparato censurador, siempre puede mejorar sus procesos y volverse más eficaz en la tarea de silenciar voces disidentes o retadoras. Mucho se ha hablado recientemente de ejemplos