El Boeing 767-300 de la empresa Omni Air International aterrizó en Ezeiza a las 3.17 de la madrugada. No hubo cámaras ni anuncios oficiales. Durante casi una hora reinó el silencio hasta que, lentamente, las puertas de la terminal FBO —un área alejada de la actividad comercial— comenzaron a abrirse.
De a uno, los deportados salieron con las mismas bolsas blancas, idénticos conjuntos de jogging gris y rostros marcados por la fatiga. Afuera, familiares esperaban entre la ansiedad y la desinformación: muchos habían aguardado en la terminal comercial, sin saber que sus seres queridos desembarcarían a cuatro kilómetros de distancia.
La escena se repitió con cada reencuentro: llantos, abrazos, bronca contenida. Era el final de un viaje de más de 25 horas, pero también el inicio de otra incerti