Minuto 84, y Raphinha se empina para cobrar un tiro libre. La pelota lleva en su vientre las esperanzas del venezolano, de todos sus habitantes que ya habían perdido la fe en vencer a Colombia. El tiro del jugador brasileño no toma la curva y va a anidar en los brazos del arquero boliviano. El dolor arrecia, la derrota estaba consumada.
La metáfora de una esperanza se había ido de viaje en aquel maldito balón que se negó a entrar en el arco de Bolivia. Vaya caída en dos ciudades, en dos países, en las almas de una Venezuela que por alguna vez creyó que en el fútbol podía estar representada. Las cosas han vuelto a su lugar: la muerte llegó en Maturín, la muerte llegó en El Alto. Fueron fantasmas que se creían espantados por los goles de Telasco Segovia, de Josef Martínez, de Salomón Rondón