“Desafortunadamente, creo que vale la pena asumir el costo de algunas muertes por armas de fuego cada año para preservar la Segunda Enmienda y proteger así nuestros demás derechos dados por Dios”.

Así lo dijo Charlie Kirk. Lo creía. Lo repetía. Lo celebraba. La ironía, brutal, es que él mismo se convirtió en una de esas muertes. Asesinado de un balazo el miércoles pasado en Utah, en el país más armado del mundo, víctima de la cultura de violencia que ayudó a normalizar.

Kirk no fue un funcionario ni un académico ni un estadista. Fue un agitador ideológico de 31 años, sin estudios universitarios ni cargo público, que supo manipular miedos, frustraciones y odio para construir poder. Desde su organización Turning Point USA y sus redes, erigió una plataforma de desinformación: Mintió sobre e

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