Como quien dice, acababa de publicar mi despedida en esto de salir en los papeles, cuando me volvió a arrollar la demanda –y la necesidad– de describir mi ya casi legendario paso por el txupinazo sangüesino –. No es más que un día de presencia, un día indescriptible de encuentros, reencuentros, abrazos, nostalgias y cordialidad. Han volado más de cincuenta años desde que la condena franquista me desterró y confinó al que a estas alturas considero ya mi pueblo y en el que nunca he faltado desde entonces, en carne propia o en consolidados lazos familiares hasta el punto de tocar con los dedos la alcaldía .
A lo que íbamos, que reincido en esta columna para agradecer la salva de abrazos calle Mayor arriba, calle Mayor abajo. La cordialidad de viejos y entrañables conocidos –hemos cambiad