Nadie le prestó atención al hombre que entró al Rijksmuseum , en Ámsterdam , y recorrió con paso tranquilo, como cualquier otro visitante, las salas del museo hasta llegar frente a la pieza más importante de la colección de pinturas de Rembrandt . Era sábado, había mucha gente y el tipo no tenía nada de particular. De pie frente a La ronda de noche , durante unos segundos —tal vez un minuto— pareció sumergirse en la contemplación de la obra, en esos detalles que la ponen en la cima de la producción del pintor neerlandés. Después todo sucedió a una velocidad de vértigo. El hombre sacó un cuchillo del bolsillo y se abalanzó sobre la pintura . Al verlo, el guardia más cercano reaccionó rápido y alcanzó a sujetar el brazo con el que sostenía el arma, pero el tipo —corpulento, fuerte—

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