El oro en el Antiguo Egipto era considerado la carne de los dioses, en especial del dios Ra, rey del sol. Esta creencia llevaba a esta civilización a utilizar el dorado metal en sarcófagos y objetos ceremoniales mortuorios para asegurar la inmortalidad y el paso al más allá. Cuando los primeros conquistadores españoles desembarcaron en América en el siglo XVI, quedaron fascinados por los mitos y leyendas en torno al oro. Los incas, por ejemplo, creían que el oro era el «sudor del sol», representado en su deidad Inti.
Ni egipcios ni incas concebían el oro, por tanto, como moneda, sino como un metal sagrado. Y es que su brillo y color le han otorgado desde tiempos ancestrales un carácter celestial, asociado al sol y a la luz divina. Un halo sagrado que, posteriormente, lo convirtió en símbo