Ante todo, el asesinato del activista de la nueva derecha ideológica, Charlie Kirk, ha sido una tragedia, un acto injustificable y el cruel reflejo de una dura ruptura idiosincrática en los Estados Unidos.
No importa qué tan burdas, sardónicas y deshumanizantes hayan sido algunas de sus más célebres opiniones (la más famosa irónicamente fue la de justificar las recurrentes muertes inocentes en las masacres de colegios para poder conservar la ley canónica estadounidense de acceso y portación de armas); el arrancarle la vida en el apogeo de su jactancia, manifiesta lo profundo que hienden los odios en una sociedad armada hasta los dientes y entrenada al miedo, a la vanagloria y a la dominación violenta.
Porque más allá de apuntar con el dedo flamígero al perpetrador del disparo y tornarnos