Déjenme que les cuente una historia. (Es muy corta, ya verán). Hace mucho, mucho tiempo, existió un joven que despertaba admiración allí por donde pasaba. Era fuerte, era atlético, era inteligente, era un orador asombroso. Veinte años tenía. Ah, y era de familia pudiente. Tenía la vida resuelta.
El joven se llamaba Aristocles, no confundir con Aristóteles, que vino luego. Este Aristocles que tan seguro estaba de sí mismo se cruzó un buen día con un anciano maestro a quien sus discípulos no paraban de hacer preguntas. Y a los que él respondía haciéndoles más preguntas. Preguntas sobre preguntas.
El joven comprendió, de pronto, que no sabía nada del mundo. Ni de la vida. ¿Cuál es la esencia? '¿Qué he de hacer para aprender?', le preguntó al maestro. Y este respondió: 'Involúcrate en la vid