«Hay silencios que gritan verdades que las palabras no pueden expresar.»

La vida de Iryna Zarutska , una joven de 23 años, fue una travesía de coraje y esperanza que, trágicamente, encontró su punto final en el lugar menos esperado. Iryna no era solo una refugiada ucraniana; era la hija de todos nosotros, una muchacha vulnerable que cualquier padre o madre en el mundo hubiera querido cuidar y proteger. Por eso, su partida es un acto de sinrazón y de lo ilógico . Es incomprensible, no tiene sentido. A qué corazón malvado se le ocurre marchitar, romper y destrozar una rosa que a nadie le hace daño, que lo único que hacía era embellecer el mundo con su presencia. El asesinato de un ángel bueno por un demonio que opera con impunidad es realmente algo que no podemos ni debemos aceptar.

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