En la provincia de Alicante entre calas de aguas tranquilas y pueblos blancos como Altea, aparece también ese coloso vertical que todos conocemos: Benidorm; para muchos un despropósito urbanístico; para otros una fiesta continua en su paseo marítimo abarrotado y las calles de bares ingleses a apenas unas manzanas de la playa.
Yo, que soy alicantina, sé bien las discusiones que provoca. Podemos pasar horas lamentando su skyline, sus bloques infinitos o la invasión turística. Pero, más allá de los prejuicios, Benidorm se está moviendo en una dirección inesperada: la de convertirse en un laboratorio urbano de sostenibilidad, capaz de producir su propia energía, reutilizar casi toda el agua que consume y servir de modelo a otras ciudades que buscan sobrevivir a la crisis climática.
En corto.