CDMX. – La mañana del 19 de septiembre de 1985, el suelo de México tembló con una fuerza que no olvidaré jamás.
Como investigador del Instituto de Geofísica (IGf ) de la UNAM, sentí que el mundo se detenía mientras la tierra rugía. El sismo de magnitud 8.1, con epicentro en las costas de Michoacán, no solo dejó una herida imborrable en el corazón de los mexicanos, sino que también cambió para siempre mi forma de entender los sismos. “Fue un parteaguas”, recuerdo con claridad, porque ese día no solo aprendimos sobre la furia de la naturaleza, sino sobre nuestra propia vulnerabilidad.
Asimismo, recordó que, ese evento, que devastó la Ciudad de México, nos obligó a mirar con nuevos ojos la corteza terrestre y dio origen a una revolución en el monitoreo sísmico, con el Servicio Sismológico