Los puntos suspensivos me gustan, quizá demasiado. Es como si pudiera ponerle un “ahorita”, un “espérame tantito” o un toque de suspenso a la vida. Es dejar una idea colgando y tener chance de sopesar si la salvamos o la sentenciamos a muerte. Ahora que lo pienso, tal vez es que me cuesta mucho pensar en lo definitivo, en lo que se acaba, en el temido punto final.

Mi abuela murió hoy. No hay final más definitivo que ese. Su partida me sacudió como ese portazo seco en un libro que había dejado abierto, empolvándose con los recuerdos. Pienso en las muchas páginas de mi vida que escribimos juntas y me aferro a aquella en la que se arrancó el cariño. Todas las que le siguieron se fueron en blanco, como si el calendario quisiera recordarnos esos funerales en vida que nos hicimos en silencio.

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