El festival de Eurovisión había sido motivo de reiterados disgustos para Rusia en los años previos a su expulsión definitiva, en 2022, como castigo a la invasión a gran escala de Ucrania. En la edición de 2014, año en que el Kremlin se anexionó la península de Crimea, las gemelas Tomalchevy, sus dos representantes, fueron abucheadas por un público que pagaba con ellas las veleidades imperialistas de su Gobierno, viendo además cómo el representante austríaco, Conchita Wurst, nombre artístico de Thomas Neuwirth , se imponía en el escenario de B&W Hallerne de Copenhague vestido como una mujer barbuda. En Moscú, un país en el que la homofobia de Estado iba impregnando a marchas forzadas el discurso oficial, aquello se interpretó como un sonoro revés a sus valores y postulados.

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