La demanda de silencio es cada vez mayor. Este producto no es fácil de encontrar en las estanterías del supermercado empaquetado al vacío, porque es una mercancía difícil de envasar y de catalogar, si nos ponemos marxistas. El silencio, o la ausencia de ruidos molestos, es casi imposible de conseguir. Huimos del sosiego y de la lentitud. La bulla de los coches, de las sirenas de la urgencia lo inundan todo; los estampidos de los voladores, que tanto mal hacen al género humano, también afectan a las mascotas y a los que se dejan dormir en la siesta con pijama, padrenuestro y orinal, que diría Camilo José Cela.
El personal habla y se ríe, en algunos ambientes, a un nivel muy parecido al que emiten algunas criaturas selváticas del Amazonas. No sé a qué mundanal ruido se refería Fray Luis de