Hay un recuerdo de la vida de la secretaria Sylvia Bloom que para quienes la conocieron ilustra nítidamente cómo vivió: cuando el 11 de septiembre de 2001 iba camino a su oficina en las cercanías del World Trade Center, sumidas en pleno caos tras los ataques, y le recomendaron volver a su casa, la mujer de entonces 84 años se subió a un autobús.

“No a un taxi; a un autobús”, remarcó su sobrina y albacea, Jane Lockshin.

La decisión puede parecer nimia, pero para su círculo la retrataba de cuerpo entero. Bloom era una mujer que, pese a la fortuna que había amasado, vivía sin extravagancias.

A esas alturas, Bloom ya había acumulado millones de dólares a través de un simple, pero peculiar método: copiando las inversiones que hacían los abogados para los que trabajaba en la firma Cleary Gott

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