La visita de Donald Trump a Inglaterra es uno de esos episodios que, si no existiera, habría que inventarlo para una sátira política. Entre protestas populares que inundaron las calles de Londres y la parafernalia medieval de carrozas doradas escoltadas por caballería reluciente, el expresidente norteamericano encontró un escenario a la medida de su ego: una mezcla entre desfile monárquico y reality show, con aroma de fast food y soundtrack de cornetas militares.
Pero detrás de la pompa obscena y de la crónica social de sombreros estrafalarios, lo que está en juego es algo mucho más sombrío: la reafirmación de la nefasta alianza anglosajona, la pérfida Albión, pues. Alianza que insiste en arrastrar a Europa —y con ella al resto de planeta— al abismo de una confrontación cada vez más abier