Ruth Rojas pinchó una llanta casi nada más recogernos, así que redujo la velocidad de su pequeño coche rojo. Había una llantera a cuatro cuadras, una distancia interminable a esa velocidad con el calor de la tarde y el humo de la hora punta entrando a raudales por las ventanas abiertas.
Para cuando llegáramos a la llantera, el cielo ya estaría oscureciendo y la acera frente a la pequeña tienda estaría parcialmente bloqueada por un grupo de hombres borrachos, uno de ellos vomitando silenciosamente entre sus rodillas.
La llanta fue solo mala suerte. Después de todo lo que había visto en la carretera, Rojas se lo tomó con calma; pronto volveríamos a la ruta, aseguró. Una llanta pinchada es la menor de las preocupaciones de una taxista en la Ciudad de México.
En un país donde miles de perso