-Hijo, vente para el hospital. Asesinaron a tu papá. Lo mataron. Carlos Alberto, de 38 años, baja la mirada hacia el suelo.

Con voz apagada recuerda que esa frase lapidaria de su madre es lo poco que conserva con claridad de la llamada en la que le anunció que su padre, Rubén Céspedes, un comerciante de frutas y verduras de 61 años que se vestía de payaso para ir a las rancherías pobres a enseñar a los niños la palabra de Dios, se había convertido en una de las más de 2 mil víctimas que suma la guerra interna en el Cártel de Sinaloa.

Eran las 21:00 horas del viernes 29 de agosto cuando recibió la llamada. Mientras trabaja en su pequeño local de pollos rostizados, Carlos relata que ese día su tío abuelo estaba internado en el Hospital Civil por una afección, y que sus padres habían ido a

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