La conquista romana de la  Península Ibérica  no fue tarea sencilla. Durante más de dos siglos, Hispania se convirtió en el escenario de una resistencia constante que puso a prueba la disciplina y organización de las legiones. Aunque los historiadores coinciden en que la falta de unidad de los pueblos hispanos influyó, existen otros factores estratégicos y geográficos que explican por qué los romanos tardaron tanto en dominar la región.

Relieve y guerrilla: la Península como fortaleza natural

Uno de los factores clave fue el  relieve de la Península Ibérica . Montañas, sierras, desfiladeros y pasos naturales estrechos dificultaban la maniobra de los ejércitos romanos, acostumbrados a operar en espacios abiertos. Los guerreros celtas, celtíberos e íberos conocían cada sendero y cada ladera, lo que les permitía organizar emboscadas a pequeñas patrullas y compañías de suministros, ralentizando el avance romano y convirtiendo cada campaña en un desafío constante.

Bosques y vegetación: aliadas de la resistencia

La  vegetación  también jugó un papel fundamental. En la Edad del Hierro, extensos bosques de encinas cubrían gran parte de la Península. Este tipo de bosque, con su sotobosque denso y cerrado, facilitaba la movilidad de las partidas locales mientras obstaculizaba a los legionarios, acostumbrados a marchar en formaciones compactas. La combinación de terreno y vegetación convirtió la guerra en una lucha de guerrilla prolongada y agotadora.

El  sistema social de las tribus iberas y celtíberas  añadía otra capa de complejidad. La lealtad al caudillo y los pactos de ayuda entre tribus significaban que, si un enemigo atacaba a una aldea, otras tribus estaban obligadas a intervenir. Estos acuerdos sagrados de cooperación y servidumbre complicaban cualquier estrategia romana de pacificación rápida y obligaban a los invasores a enfrentarse a grupos interconectados que podían aparecer desde distintos frentes.

Guerra dispersa y constantes traiciones

A diferencia de los galos que se unieron bajo Vercingetorix, los pueblos hispanos luchaban de manera dispersa. Cada tribu operaba de forma independiente, aunque con asistencia de vecinos. Tras derrotar a una tribu, los romanos debían desplazarse a la siguiente, mientras los anteriormente sometidos podían reorganizarse y volver a la lucha. A esto se sumaban las  constantes traiciones : auxiliares nativos que cambiaban de bando o abandonaban el ejército romano complicaban aún más la conquista.

La presencia de  Carthago  en la península durante las Guerras Púnicas añadía otra dificultad. Hispania no solo era un territorio hostil para los romanos, sino también un escenario estratégico donde se disputaba el control con los cartagineses. Además, las guerras civiles, como la sertoriana, prolongaron el conflicto. Roma no buscó la conquista total hasta la época de Augusto; antes, el objetivo era más limitado: debilitar a Cartago y controlar zonas estratégicas.

A pesar de estas dificultades, algunas tribus se incorporaron voluntariamente a la  Pax Romana , mientras que otras fueron sometidas tras campañas prolongadas. La conquista de Hispania fue fragmentaria y compleja, pero resultó en 400 años de prosperidad y seguridad, dejando un legado cultural y económico que perdura hasta nuestros días.