Mis hijos nacieron en 1990, 1991 y 1992, tan deprisa y tan seguido que en el periódico me tachaban de “coneja” y me ridiculizaron en la picota del cartel de avisos de la redacción. Me dolió, pero ahora no se lo reprocho al gracioso de turno, porque mi memoria conserva aquellos momentos agobiantes en que el jefe de redacción me enviaba de viaje al extranjero y yo pasaba la noche cociendo zanahorias y preparando potitos con etiquetas con los días de la semana, escribiendo listas de instrucciones y organizando turnos. Llegaba al avión que nos llevaba a Belgrado, Prizren o Tirana con pelos de loca, sudando como un pollo y comprobaba que Alfonso Rojo seguía tan guapo como siempre y Herman Terscht, con su americana de tweed, encabezaba el ranking de reporteros elegantes. En la pista, mujeres imp

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