Cuando se inauguró, a mediados de los años noventa, el parque de la Luz del Polígono fue el orgullo de la ciudad y envidia de localidades vecinas. Contaba con una tupida arquitectura vegetal, cascadas de agua bajando hasta la fuente principal, cuatro torres que proyectaban una pirámide de luz hacia el cielo y una fuente con chorros cambiantes, iluminada por luces. Pero lo que más llamaba la atención era un piano, cuyas teclas no solo producían sonidos, sino que cambiaban las luces y chorros de la fuente. Sin duda, un lugar especial, que de hacerse a día de hoy, haría un efecto llamada de familias al barrio a visitar sus excelencias.

Pero resulta que el parque se inauguró y el Ayuntamiento tardó dos meses en poner a dos personas en su mantenimiento. Cuando llegaron, teniendo en cuenta la c

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