La autodenominada “primavera oaxaqueña” de Salomón Jara por fin floreció con una ocurrencia digna de concurso de disfraces: obligar a burócratas a vestirse con ropa y vestidos típicos cada miércoles. Porque claro, si la administración no puede garantizar transparencia, seguridad y buen gobierno, al menos puede garantizar que sus empleados parezcan souvenir de mercado artesanal.
El argumento oficial es conmovedor: preservar la cultura indígena frente a las malvadas marcas extranjeras que plagian huipiles. La solución gubernamental, sin embargo, no es apoyar a artesanas ni fortalecer economías comunitarias, sino convertir oficinas en pasarelas de “folklor institucionalizado”. Ni un peso extra, solo más tela.
Los trabajadores, que ingenuamente creían ser contratados para funciones administr