El pueblo está cansado y no va a aceptar quedarse sin trabajo, y mucho menos por una compañía inglesa. Por ello, han tomado las calles, y parece que nadie puede detenerlos. Nadie, salvo una persona: Octavio Oramas.
El empresario ha dado la cara y se ha presentado en la manifestación, pidiendo paz y calma al pueblo: “La puerta de mi casa siempre ha estado abierta para vosotros, ¿y ahora me montáis este pitote?”, les ha reprochado mientras les recordaba todo lo que había hecho por ellos, a la vez que les aseguraba que nadie se quedaría sin trabajo.
César ha secundado lo que el empresario ha dicho, pero también pidiéndole al hombre que no los engañase- Octavio, al escucharlo, se ha llenado de ira y ha afirmado que lleva más de treinta años cuidando de los suyos y que seguirá haciéndolo, al