No se oyó ladrar a ningún perro en la urbanización. Sólo el rumor sordo de los coches en la carretera de La Coruña y el ruido lejano de los trenes en la madrugada alteraron la serena noche de otoño. Ni un grito, ni una voz de alarma de un vecino trasnochador o desvelado, ni la sirena de un coche patrulla de la Policía Municipal, nada. Y, sin embargo, cuando amaneció descubrimos todos el destrozo. El cuidado césped aparecía levantado, hozado, destruido. Hasta los arriates de flores recién plantadas junto a la parada del autobús estaban destrozados. En la tierra húmeda quedaban bien visibles las huellas de las pezuñas de los jabalíes.

La piara había llegado sigilosamente de madrugada en busca de agua y alimentos –raíces, gusarapos...– hasta la misma puerta de las casas. Era fácil imaginárse

See Full Page