Una noche típica de miércoles en Lima se iluminó cuando el altiplano entró por los ojos: pampas inmensas, lluvias inclementes y tambores que recuerdan que hubo un tiempo en que el sur se levantó para decir basta. En Los Indomables cada gesto, cada manta, cada frase, pertenece a un mundo que el cine comercial suele recortar, pero que aquí, en cambio, ocupa todo el protagonismo.

En la pantalla, Sapa Inca —último descendiente de los incas aymaras— y Gregoria, su compañera, construyen una historia de amor como trinchera en medio de la guerra. Esa ternura contradice la violencia que atraviesa la película.

El aplauso del final dura lo suficiente para que el público recobre el aliento. Luego vienen los abrazos, la foto de rigor y esa conversación de pasillo que es el mejor termómetro de una p

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