Los oficiales ingresaron en la cabaña de adobe y pino; en penumbras a la caída del sol. Pero aún Miguel de Cervantes Saavedra borroneaba y reescribía la deriva de una historia, entre su pasado y su imaginación.

Primero se preguntó, el manco de Lepanto, cómo habían accedido a su morada sin tocar la aldaba. ¿Cómo se materializaban aquellos dos sujetos sin prevención alguna? Recién luego reparó en sus alocadas vestimentas: parecían conservar la luz del sol, alardear como paños de la China, hablar de las nuevas tierras del otro lado del mar. O quizás parodiar a su Quijote, como tantos otros lo habían ya intentado. ¿Se trataría de una comparsa en su contra, de un divertimento de los duques contra un simple escritor?

-Detenga su mano -exclamó el primero-.

Un ramalazo de humor atravesó el ma

See Full Page