La inteligencia artificial ya es una realidad y su avance parece no tener un horizonte claro. Algunas personas se han familiarizado con ella con mayor facilidad y todavía existen quienes se resisten a utilizarla. Lo que es indudable, para ambos casos, es la incertidumbre que subyace de su imparable irrupción.

En ese contexto, su avance representa todo un desafío para los estados modernos. Mientras los algoritmos multiplican su influencia en las esferas de los discursos públicos, los poderes legislativos del mundo intentan trazar reglas para un fenómeno que, en muchos casos, no comprenden. Regulación o barbarie: pareciera que por allí circula la regulación parlamentaria.

El principal dilema que se plantea a la hora de poner alguna suerte de manto regulatorio a la IA radica en una regul

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