El frío de la madrugada en el Hipódromo de las Américas no se olvida . Menos aún cuando, a falta de una cama, se improvisa el abrigo con la piel de los caballos y se comparte la oscuridad con ratas que corren por el techo de la cuadra. Ahí, hace más de tres décadas, un joven llamado Víctor Espinoza descubrió que para sobrevivir, ser jinete era su única opción.
Yo no me hice jockey por gusto, sino por necesidad. Sufrí mucho cuando comencé. No había otra opción para salir adelante y recuerdo el frío de las noches en el hipódromo donde tenía que dormir en los establos y taparme con la cobija de los caballos. Se escuchaban las ratas pasar”, recuerda Espinoza en entrevista con Excélsior. Esa necesidad lo empujó a aguantar noches heladas, a conducir camiones de pasajeros para pagar la