Marta Enriqueta Molina tiene 57 años y conserva esos mismos rasgos que estaban en las tapas de los diarios y en los canales de televisión en el verano de 1994. “Es tan diferente todo ahora que a nadie se le ocurriría decir a los gritos ‘ahí va la violada’ como yo escuchaba mientras me subían a un patrullero o, mucho menos, ningún medio de comunicación se atrevería a publicar mi rostro o mi identidad. Pasó mucho tiempo, pasaron muchas cosas ”, dice Marta desde su departamento del barrio porteño de Monserrat.

Son 31 los años que separan a la actual Marta (o “Keta”, como la llaman en su familia) de la madrugada de aquel 18 de febrero cuando su vida cambió para siempre por un estremecedor episodio del que fue una de las víctimas y que sacudió no solo a Mar del Plata, sino que tuvo repercus

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