Un golpe de suerte, en medio del maremágnum de la crisis argentina, sacudió mi rutina hecha de no-esperar.
Acostumbrados/as a inventar escenarios en paisajes inhóspitos, quienes trabajamos en el arte sabemos de recortar, pegar y atar con alambre dulce para sostener cualquier empresa. Las urgencias del hambre que atraviesan a gran parte de la población nos instan a reformular nuestro rol. El arte no es moneda ni intercambio en el ecosistema económico mercantil; su valor es intrínseco y, por eso mismo se vuelve moneda de descarte. Esa realidad realza aún más la voluntad descomunal de los artífices que sostienen el estandarte del “hacer artístico”, como un trofeo en sí mismo.
Baluartes de un eslabón fundamental de la cultura, estos cuerpos se ofrecen a la escena como una verdadera revolució