La aritmética de la guerra moderna es, a veces, un auténtico disparate estratégico. El principal desafío que afrontan las armadas más poderosas del planeta no reside tanto en la tecnología de sus enemigos como en la cruda lógica de los números. Resulta insostenible usar misiles que cuestan millones de euros para derribar drones cuyo valor apenas alcanza unos pocos miles. Según las estimaciones de los propios ingenieros militares chinos, la desproporción puede llegar a ser de 700 a 1, una balanza que inclina la guerra de desgaste a favor del atacante y amenaza con vaciar las arcas de cualquier nación.
En este nuevo escenario, el verdadero peligro ya no son los imponentes acorazados, sino la capacidad de un adversario para lanzar ataques masivos con enjambres de aparatos no tripulados. Se