El trabajo, bien o mal remunerado, ostenta el grado de bendición. Sacralizado desde una moral protestante, se asume como tarea humana e índice de entereza moral. No es nada más que un dictum; la realidad, esa que se acerca más a Oposición, la última novela de Sara Mesa, indica algo diferente.
Sara empieza a trabajar como interina en la administración pública. Es una recién llegada que nadie espera, sin escritorio asignado ni tarjeta de identificación. Anhela un jefe que le asigne una tarea, un compañero que la oriente o alguien que al menos le insinúe el nombre de su puesto, pero no pasa nada. La carencia de tareas se vuelve rápidamente una libertad casi inmoral y el origen de fabulaciones neuróticas.
Por su propia iniciativa, deambula por pasillos idénticos en busca de algún superior qu