En un contexto de incertidumbre económica y grandes cambios en las principales casas del lujo, con el continuo juego de sillas que han protagonizado los directores creativos, la industria buscó impulso en la Semana de la Moda de Milán, preludio de París y posterior a una edición de la pasarela neoyorquina enfocada en la sobriedad.
Después de un verano lleno de anuncios a bombo y platillo sobre las nuevas cúpulas directivas de las marcas y datos que muestran la primera deceleración del sector en los últimos 15 años, llegó el momento de la verdad, en la pasarela, para el nuevo Gucci de Demna Gvasalia, el Jil Sander de Simone Bellotti y el Versace bajo la dirección de Dario Vitale. El primero, tal vez el que más expectativa generaba y por ello escogido como arranque de la pasarela milanesa,