En las últimas semanas circularon videos que dejaron mucho que pensar. En el ‘US Open’, un empresario arrebató a un niño la gorra que un tenista le había regalado tras un partido. Y en un juego de béisbol en Estados Unidos, una mujer le quitó a un padre la pelota que había atrapado para su hijo.
Las organizaciones deportivas intervinieron para enmendar el hecho: los niños recibieron obsequios y gestos de los propios deportistas. Sin embargo, lo que quedó grabado en la memoria colectiva no fue la reparación, sino el impulso inicial: la impaciencia, la incapacidad de reconocer al otro. ¿Qué nos lleva, como adultos, a anteponer nuestro interés personal frente a la ilusión de un niño?
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