Cada vez comienza con mayor antelación el combate electoral. Pareciera que las legislaturas y mandatos fueran unas temporadas de interregno, un mal menor de la partitocracia, que comienza a entonar su “¡a leuro, a leuro!” y su “estamos que lo regalamos, ñora”, como un mercader de descampado y fragoneta dominical. O, ya con estudios y afanes chamánicos, un conferenciante de autoayuda profesional, que asegurará a su audiencia o lectores que “lo importante es el proceso, no la meta”. Las campañas electorales reinan y se estiran como el chicle.
Dicen que dijo Maquiavelo que “el fin justifica los medios”, quedando el florentino como un político español del siglo XXI, sin comerlo ni beberlo. Sí dijo McLuhan aquello de que “el medio es el fin”, y tal cosa contiene una enjundia muy contemporánea.