
Laura y Marcos, de 18 años, llevan apenas dos meses saliendo cuando surge su primera discusión. El viernes Marcos quedó con sus amigos sin decírselo a Laura. Ella, que contaba con verle, se enteró por las redes de dónde y con quién estaba. Laura se sintió desplazada y optó por ignorar los mensajes de Marcos. Él al principio bromeaba, tratando que quitar importancia, pero después se enfadó: se sentía despreciado.
¿Resulta familiar? Podemos cambiar los personajes o la situación concreta y seguramente la escena nos suene. ¿Quién no ha tenido un conflicto? Los conflictos forman parte de la vida cotidiana. Especialmente en relaciones de pareja, porque hay mucha intimidad. Son casi inevitables.
Pero cuando hablamos de las primeras relaciones sexuales y de pareja, las que establecemos en la adolescencia y primera juventud, la manera en la que hemos aprendido a gestionar estos conflictos (normalmente influida por lo que hemos visto en casa o entre los demás compañeros o iguales) puede resultar determinante no solo para la viabilidad de esa relación, sino para cómo nos enfrentamos y establecemos otras relaciones en nuestra vida adulta.
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En ocasiones, la ausencia de una educación sexual integral, sumada al consumo de pornografía y al uso abusivo de redes sociales incrementa el riesgo de gestionar mal los conflictos, incluso con agresividad. Nuestro reciente estudio con parejas jóvenes concluyó que, cuando los conflictos se afrontan mal, es más probable que también se cometan agresiones sexuales.
Afrontar los conflictos
Una buena pareja no es aquella que no tiene discusiones, sino la que gestiona sus diferencias bien. Incluso en medio del conflicto aparecen gestos positivos que indican cariño (algo de humor, caricias, empatía,…) y amortiguan lo negativo. Cuando el afecto y la comprensión faltan, las relaciones se desgastan, aumentando el riesgo de ruptura. De hecho, las parejas con dificultades serias suelen caer en bucles de negatividad: a una reacción dura le sigue otra igual o peor (sarcasmo, desprecios…) que inflama el conflicto.
El conflicto de Laura y Marcos se puede afrontar de maneras bien distintas. Si se hace con agresividad o indiferencia, da pie a hacer lo mismo o a responder con ironía y reproches. Si además se ignoran otros posibles puntos de vista y se usan etiquetas (“siempre”, “nunca”,…), probablemente aparecerá más rencor, suspicacias y distanciamiento. Consecuencia: hostilidad, recelo, intentos de control e insatisfacción con la relación.
Pero se podría abordar constructivamente: Laura expresando cómo se sintió (“ninguneada al enterarme la última”) y pidiendo algo concreto (“avísame si tienes otros planes”); por su parte, Marcos puede validar el malestar de Laura (“entiendo que te haya molestado”) y dar su versión. También pueden acordar tener una comunicación más clara y no esquivar los conflictos bromeando. Consecuencia: comprensión, afecto y confianza que fortalecen la relación.
Relaciones de buena calidad
¿Tienen algo que ver las habilidades para resolver conflictos con problemas como la agresividad? Sí: el uso de estrategias constructivas (negociación colaborativa, escucha empática, asertividad,…) es un claro indicador de calidad relacional (satisfacción, compromiso, complicidad,…). Por el contrario, las estrategias negativas (confrontación hostil, obviar los problemas, manipular,…) se relacionan con la presencia de agresiones, quizá porque revelan falta de comprensión y respeto hacia necesidades ajenas.
¿Cómo se desarrollan esas habilidades? Resolver conflictos es una habilidad compleja. Combina procesos cognitivos (analizar el problema, generar opciones,…), emocionales (autorregularse, tolerar la frustración) y sociales (escuchar, negociar,…). Esto se adquiere en contextos sociales, observando qué hacen otros y cuáles son las consecuencias. También actuando personalmente y ajustando el comportamiento según los resultados.
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Lógicamente aquellos con quienes tenemos una relación más estrecha (familia, amigos y pareja) condicionan más lo que pensamos, sentimos y hacemos. Por tanto, aunque toda la sociedad educa –y de diferentes maneras–, durante la infancia y la adolescencia, la escuela y la familia son protagonistas.
Enseñar a resolver conflictos en la escuela
La escuela es un lugar idóneo para aprender a resolver conflictos reales de forma constructiva. La educación emocional es clave, con prácticas diarias que fomenten diálogo, respeto y tolerancia. He aquí algunas estrategias útiles:
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Juegos de rol, en los que practicar cómo reaccionar ante situaciones ficticias (mi pareja me presiona para tener sexo sin preservativo).
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Asambleas, en las que compartir preocupaciones (cómo se sabe si ya no funciona la relación).
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Entrenamiento en habilidades comunicativas, como asertividad y escucha activa (cómo decir y recibir que algo gusta o no gusta).
El ejemplo del personal del centro es decisivo: si la conducta contradice el discurso, el mensaje pierde fuerza. Cuando un adulto es irrespetuoso, agresivo, abusa de su autoridad o minimiza necesidades u opiniones del alumnado, ¿de qué sirve pedir que resuelvan sus conflictos constructivamente? El ejemplo diario cala más que cualquier intervención formal. Actuar con serenidad ante un conflicto, pedir al alumnado que se explique, escuchar sin cuestionar ni juzgar y buscar soluciones justas y realistas genera aprendizajes duraderos.
La familia como lugar seguro
La manera de abordar los conflictos en la familia, especialmente durante la infancia, tiene una influencia profunda en cómo los afrontan los más jóvenes. Al igual que en la escuela, los ejemplos de discusiones respetuosas, sin gritos ni desprecios o silencios que dañan, es la mejor manera para interiorizar estos aprendizajes.
Sentir que se validan nuestras emociones y necesidades, que se nos tiene en cuenta y que merecemos ser escuchados, aunque quizá no tengamos razón, anima a hacer lo mismo. En familia deberíamos sentirnos libres para expresar opiniones y obligados a escuchar las de los demás. Aunque pueda haber conflictos serios, nunca debería estar en cuestión el amor. Las familias deben ser lugares seguros, donde el conflicto es una oportunidad de crecimiento, nunca una amenaza.
De la convivencia positiva a las relaciones sanas
En nuestro estudio con parejas jóvenes se concluía la importancia de fomentar precozmente vínculos seguros en estas relaciones, buscando el equilibrio en la toma de decisiones y promoviendo estrategias positivas de gestión del conflicto. La educación sexual integral, así como la ética del cuidado y del respeto mutuos, enseñan habilidades que facilitan establecer relaciones saludables.
Enseñar a manejar conflictos constructivamente desde la infancia lleva a sociedades basadas en el respeto, la comprensión y el afecto auténticos. Porque es mejor aprender a construir puentes que muros, a escuchar que ignorar o gritar, a comprender que simplemente juzgar.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Andrés A. Fernández Fuertes recibió fondos de la Junta de Castilla y León (SA121G18) y del Ministerio de Economía y Competividad (PSI2013-46830-P) para la realización de este estudio.
Isabel Vicario-Molina recibe fondos de la Junta de Castilla y León (SA121G18) y del Ministerio de Economía y Competividad (PSI2013-46830-P) para la realización de este estudio.