La vida de Yamile Alarcón no es una simple carrera, sino una línea de fuego trazada por la voluntad. En sus ojos, la disciplina no es una norma, sino una cicatriz invisible que le enseñó la vida. Desde la necesidad infantil que la obligó a crecer antes de tiempo hasta el rigor del uniforme de subcomisario de la Policía Nacional, su existencia es un tejido de coraje puro y una fortaleza que desafía la lógica de lo que una sola mujer puede soportar. Ella es el vivo testimonio de que la verdadera vocación no se elige; se hereda, como una marca de nacimiento, de la obligación de sobrevivir.
Nacida en 1975, en una Bogotá donde el frío no solo calaba los huesos, sino que parecía congelar las oportunidades, Yamile conoció la lucha a los ocho años. Las empanadas que vendía, cuidadosamente fritas