La expresión es tan coloquial y antigua que la mayoría de los jóvenes la desconoce (no soy tan joven para saberlo todo, decía Oscar Wilde), pero ha renacido entre ellos mismos y entre todos los amantes de la rumba en Cali, bajo el amparo de un sitio que hace 14 años era apenas el sueño de un hombre que tiene salsa en las venas. Carlos Ospina es un individuo adusto y circunspecto, con unos ojos verdes algo huraños y una barba como de duendecillo esquivo, pero basta hablarle de música afrolatina, de sus protagonistas y de su historia, para que se torne en un ser tan amable y encantador como el lugar del que es el anfitrión: La Topa Tolondra.

Aunque ya García Márquez había utilizado la expresión en Crónica de una muerte anunciada (1981), cuando una mujer desnuda se atraganta de comida para

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