Hay una foto: una mujer y 500 palomas muertas alrededor. Ella, de una belleza despampanante, inmaculada, acuna a una de las aves como si fuera un hijo suyo. Sentada en el suelo, con las piernas flexionadas y los pies desnudos, abraza al animal sin vida, que no supera los 30 centímetros de largo y que tiene las plumas grisáceas y el pectoral hinchado, y lo estrecha contra su pecho. Las patas rojas, raquíticas, le rozan el suéter negro de cuello ovalado que lleva puesto. El ave está desgonzada, con el pico apuntando al cielo. Las otras palomas yacen en el piso, en diferentes posiciones: boca arriba y las alas medio abiertas; boca abajo y las alas plegadas, de lado. En el rostro de la mujer no hay desconcierto ni pavor. Y aunque esté rodeada de cadáveres, sonríe con tanta delicadeza que la fo
Ruby Rumié: un vistazo a la vida de la artista que mató 500 palomas en Cartagena y hoy sigue inmortalizando al Caribe

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