A lo largo del País, museos, archivos y, en especial, parroquias y catedrales, albergan un singular tesoro patrimonial que especialistas se han dado a la tarea de cartografiar: los libros de coro.
Se trata de robustos volúmenes -algunos de hasta 80 centímetros y 45 kilos de peso- con una muy bella ornamentación, que se colocaban en ése gran atril conocido como facistol para que los cantores sostuvieran, precisamente desde los cantos, un intercambio con el sacerdote durante el servicio religioso.
"Van respondiendo, van cantando, van acompañando a la misa o al oficio divino", apunta en entrevista la historiadora del arte Silvia Salgado Ruelas, académica del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB) de la UNAM.
"Decía San Agustín que cantar es como rezar doble, rezar dos veces a Di