
Es bien sabido que aprender a tocar un instrumento puede reportar beneficios que van más allá de la simple habilidad musical. De hecho, las investigaciones demuestran que es una actividad excelente para el cerebro y que puede mejorar nuestras habilidades motoras finas, la adquisición del lenguaje, el habla y la memoria. Incluso puede ayudar a mantener nuestro cerebro más joven.
Después de trabajar durante años con músicos y ser testigo de cómo siguen ensayando a pesar del dolor que les causa realizar miles de movimientos repetitivos, empecé a preguntarme: si la formación musical puede remodelar el cerebro de tantas maneras, ¿también puede cambiar la forma en que los músicos sienten el dolor? Para responder la pregunta, mis colegas y yo hemos realizado un estudio.
Así nos cambia el dolor
Los científicos sabemos que el dolor activa varias reacciones en el cuerpo y el cerebro, modificando nuestra capacidad de atención y los pensamientos, así como nuestra forma de movernos y comportarnos. Si tocamos una sartén caliente, por ejemplo, el dolor nos hace retirar la mano antes de que nos quememos gravemente.
También cambia nuestra actividad cerebral. De hecho, suele reducir la actividad en la corteza motora, el área que controla los movimientos, lo que ayuda a evitar que utilicemos en exceso una parte del cuerpo lesionada.
Estas reacciones contribuyen a prevenir daños mayores si sufrimos una lesión. Pero si la molestia continúa durante más tiempo y el cerebro sigue enviando las señales de “no te muevas” durante demasiado tiempo, las cosas pueden salir mal.
Por ejemplo, si nos torcemos el tobillo y dejamos de usarlo durante semanas, eso puede disminuir nuestra movilidad y alterar la actividad cerebral en las regiones relacionadas con el control del dolor, lo cual puede aumentar el sufrimiento a largo plazo.
Las investigaciones también han descubierto que el dolor persistente puede reducir lo que se conoce como el “mapa corporal”, que es desde donde el cerebro envía órdenes sobre qué músculos mover y cuándo. Y esta merma, a su vez, está relacionada con un aumento del dolor.
Pero, aunque está claro que algunas personas experimentan más dolor cuando se reduce su mapa corporal, no todo el mundo se ve afectado de la misma manera. Algunas personas soportan mejor el dolor y sus cerebros son menos sensibles a él. Los científicos aún no comprenden del todo por qué ocurre esto.
Los músicos y el dolor
En nuestro estudio, queríamos analizar si la formación musical y todos los cambios cerebrales que provoca podrían influir en cómo los músicos sienten y afrontan el dolor. Para ello, se lo provocamos deliberadamente en las manos durante varios días tanto a músicos como a no músicos para ver si había alguna diferencia en cómo respondían.
Para imitar de forma segura las molestias musculares, utilizamos un compuesto llamado factor de crecimiento nervioso. Se trata de una proteína que normalmente mantiene los nervios sanos, pero cuando se inyecta en los músculos de la mano, provoca dolor durante varios días, especialmente al moverla. Es segura, temporal y no causa ningún daño.
Luego utilizamos una técnica llamada estimulación magnética transcraneal (EMT) para medir la actividad cerebral. La EMT envía pequeños pulsos magnéticos al cerebro que utilizamos para crear el mapa cerebral de la mano en cada participante del estudio.
Creamos estos mapas antes de la inyección y luego los medimos de nuevo dos días después y ocho días después, para ver si el dolor cambiaba el funcionamiento del cerebro.

Una diferencia sorprendente
Cuando comparamos los cerebros de los músicos y los no músicos, las diferencias fueron sorprendentes. Incluso antes de inducir el dolor, los primeros mostraban un mapa de la mano más preciso en el cerebro. Cuanto más tiempo habían dedicado a practicar, más refinado resultaba ese mapa.
Después de inducir el dolor, los músicos informaron de que sentían menos molestias que los no músicos. Y mientras que el mapa de la mano en los cerebros de los no músicos se redujo dos días después de sufrir el dolor, los de los músicos permanecieron sin cambios; sorprendentemente, cuantas más horas habían entrenado, menos dolor sentían.
Aunque en el estudio participaron solo 40 personas, los resultados mostraron claramente que los cerebros de los músicos respondían de forma diferente al dolor. Su entrenamiento parece haberles proporcionado una especie de amortiguador contra los efectos negativos habituales, tanto en la intensidad de las molestias que sentían como en la reacción de las áreas motoras de su cerebro.
Por supuesto, no implica que la música sea una cura para el dolor crónico, pero sí nos muestra que el entrenamiento y la experiencia a largo plazo pueden moldear la forma en que percibimos el dolor. Esto podría ayudarnos a comprender por qué algunas personas son más resistentes al dolor que otras, además de cómo podemos diseñar nuevos tratamientos para quienes viven con él.
Nuestro equipo está llevando a cabo más investigaciones para determinar si el entrenamiento musical también puede protegernos de la alteración de la atención y la cognición durante el dolor crónico. A partir de ahí, esperamos poder diseñar nuevas terapias que “reentrenen” el cerebro de las personas que sufren ese dolor persistente.
Para mí, esta es la parte más emocionante: la idea de que, como músico, lo que aprendes y practicas cada día no solo hace mejorar una habilidad, sino que puede, literalmente, reconfigurar nuestro cerebro de manera que cambie nuestra forma de experimentar el mundo, incluso algo tan fundamental como el dolor.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Anna M. Zamorano ha recibido financiación de la Fundación Lundbeck y de la Fundación Nacional Danesa para la Investigación a través del Centro para la Neuroplasticidad y el Dolor (CNAP).