El deporte no solo se juega en la cancha: también se disputa en la billetera. Durante décadas, la diferencia de inversión entre el deporte masculino y el femenino ha sido abismal. Mientras unos equipos nadan en contratos millonarios, sueldos astronómicos y patrocinios globales, otros apenas logran cubrir los viáticos para viajar a un torneo. La pregunta es inevitable: ¿qué pasaría si el deporte femenino tuviera el mismo presupuesto que el masculino?
Primero, lo evidente: habría un salto de calidad enorme. No porque las atletas no tengan talento —eso sobra—, sino porque el dinero compra tiempo, herramientas y estabilidad. Más recursos significarían ligas profesionales sólidas, entrenadores de élite, centros médicos especializados y condiciones de entrenamiento al nivel de cualquier club ma